Con la entrada en la escuela infantil sucede un hecho de
extraordinaria importancia: el juego, que hasta entonces era algo voluntario que ocupaba la mayor del día, desconociendo
horarios y prohibiciones , se convierte en una obligación , diluyéndose su más
valiosa característica y echándose a perder. Lejos de permitirse y propiciar
que los niños y las niñas conozcan sus posibilidades y sus límites, única
manera de lograr algún tipo de autorregulación, los niños y las niñas son
forzados a ceñirse a un arbitrario programa de actividades.
En la dinámica de la escuela infantil el juego se convierte
en un deber. Los pedagogos reclaman, tan ridículamente como un brujo que
pretende hacer salir el sol todos los días, el merito de potenciar el juego de
los niños y las niñas. En la escuela infantil se desarrolla un discurso y una
teoría del juego para legitimar su propia existencia con fines de doma y lucro.
De esta forma, manipulando y apropiándose del juego, prepara el terreno para la
total destrucción de lo lúdico en la vida.
Dice Donats Elschenbroich: “la activación del juego es
siempre a la vez interrupción del juego. La pedagogización del juego es siempre
la expresión de una relación alienada entre adultos y niños.
Con el juego rigurosamente previsto se inaugura una nueva
percepción del tiempo, hasta entonces ajeno en la actividad infantil.
Establecer que de 9 a 10 hay espontaneidad total es matar la espontaneidad, que
puede aparecer a cualquier hora, y es
asegurar que fuera de ese horario no la habrá. Se engendra, también, la
división entre el juego y el trabajo, entre lo lúdico y lo serio, y se da por
sentado que si se unen, es para que el primero sirva al segundo. En realidad se
espera ya que todo juego acarree alguna utilidad, práctica o conceptual.
Texto extraído de: Entre cuadernos y barrotes, la educación
desde el punto de vista de sus víctimas. Lima 1999